Desorden del estado del ánimo, enfermedad hereditaria, síndrome con origen multifactorial, actitud ante la vida, tristeza, alteración bioquímica, entre otras son las distintas definiciones que aparecen en torno a las depresiones.
En manuales de psiquiatría, la depresión es un trastorno del estado del ánimo categorizado por un “estado de ánimo deprimido o pérdida del interés, pérdida o ganancia de peso, insomnio o hipersomnia, agitación o retraso psicomotor, fatiga o pérdida de energía, sentimiento de inutilidad o culpabilidad excesiva, disminución de la capacidad de pensar, concentrarse o tomar decisiones” (DSM 5). ¿Es posible realizar una lectura, traducción y comprensión solo desde la indicación de sintomatología?
En el DSM IV encontramos una clasificación nosográfica que, eliminando las categorías de la nosología psicoanalítica, ubica a la depresión como un “Trastorno del estado de ánimo”. Esto implica que se prescinde, desde la psiquiatría actual, de la diferenciación entre neurosis, perversión y psicosis, con las consecuencias en el diagnóstico y en el tratamiento que tal decisión implica… se extravía en la pobre lectura de signos que el DSM nombra “trastornos”, sin considerar la función que cumplen en el entramado de una estructura. (Bertholet, 2012).
Dimensión insoportable de lo real, renuncia al deseo inscrita en las llamadas depresiones es parte de aquello que aqueja, embarcación de afectos que mucho dicen sobre la integración de la pérdida. Más allá de la lectura descriptiva sobre el fenómeno depresivo como se propone en manuales de la psiquiatría, en el proceso psicoterapéutico es fundamental escuchar(se) en la singularidad de cada sujeto, atravesado por la historia propia, vinculaciones e hitos que aparecen en el camino.