Fácilmente podríamos definir la Salud Mental como “un estado de bienestar mental que permite a las personas hacer frente a los momentos de estrés de la vida, desarrollar todas sus habilidades, poder aprender y trabajar adecuadamente y contribuir a la mejora de su comunidad”.

 

Esta primera noción de Salud Mental implica la ausencia de enfermedad, sin embargo, ¿Qué sentido le estamos dando a estas palabras? ¿Nos referimos a un sujeto sano, maduro e inserto en la sociedad? ¿Qué pasa con el sujeto que no está situado en ese orden de contribución?

 

Si bien el concepto de Salud Mental nos embarca en una polisemia de sentidos considerando que a partir de acontecimientos sociales, políticos, económicos, entre otros, ha mutado en sus formas de ser concebido, podemos dar cuenta que se implica efectivamente desde un discurso que recomienda la prevención de la enfermedad y promoción de la salud, lo cual es totalmente necesario considerando políticas públicas fundamentales.Sin embargo, la problematización de este concepto enmarcado en un discurso, posibilita la apertura a nuevas preguntas y el surgimiento de nuevas ideas.

 

Dar espacio al padecimiento subjetivo, encontrando nuevas formas de amar, duelar, padecer y desear, fallando necesariamente en el ideal de Salud Mental mencionado en un inicio de éste escrito. Y es que es fundamental aperturar la escucha al padecimiento del sujeto, en donde el foco implique su singularidad, más allá de un funcionamiento “adecuado”, “normal”. Quizás de lo que realmente estamos hablando, es sobre la posibilidad de hacer algo distinto con el padecimiento, de crear una forma de vivir mejor la vida, en esa búsqueda incesante de bienestar.

Con Cariño para CE de MZ

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